El Para nadador refugiado Abbas Karimi está decidido a ponerse a prueba en Tokio 2020

Nacido sin brazos, Karimi dejó su hogar en Afganistán para explorar un futuro nuevo 12 May 2021
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Mohammad Abbas Karimi smiling while sitting next to a swimming pool
El Para nadador refugiado Mohammad Abbas Karimi sueña convertirse en campeón Paralímpico
ⒸMichael Reaves/Getty Images
By Teddy Katz | For the IPC

Cuando Abbas Karimi se subió al podio luego de ganar una medalla de plata en la competencia de 50m mariposa S5 en el Campeonato Mundial de Para Natación México 2017, tuvo problemas para quedarse quieto y posar para las cámaras.

“Trataba de sonreír pero mis labios temblaban, mi cuerpo temblaba. Estoy parado ahí pensando en cómo estoy representando a 80 millones de personas desplazadas en todo el mundo. Soy el único refugiado en ganar un título internacional como este. Hice historia. Pero también pienso: ‘no terminé’”.

Karimi se pellizca pensando en cuán lejos ha llegado y en los increíbles contratiempos y obstáculos que ha superado desde el día uno.

Karimi nació sin brazos en la capital de Afganistán, Kabul.

“Cuando naces con discapacidad, sin brazos o piernas o te faltan partes del cuerpo en Afganistán, te consideran condenado”, dice Karimi.

Sus padres trataron de protegerlo manteniéndolo dentro de casa y enfocado en la escuela, pero Karimi simplemente quería salir a jugar como los demás niños. Rápidamente aprendió que no era fácil.

“Me acosaban. Muchos de los otros chicos me decían barbaridades —cosas como ‘manco’ o ‘lisiado’—. Tuve una infancia con mucho enfado. 

A los 12 años Karimi empezó su primer deporte —el kickboxing—. En realidad lo hizo para poder defenderse. Admite haber peleado con gente grande y pequeña, golpeado a los otros chicos en la cara si era necesario y dejándolos con sangre en la nariz. Recuerda lo que él dice fueron muchas cosas horribles que hizo y errores que cometió en su juventud.

El año siguiente, cuando tenía 13, su hermano construyó una piscina de 25 metros para una comunidad cerca de su casa. Todo cambió el primer día que se sumergió en el agua.

“Tenía mucho miedo. Le pregunté al socorrista: ‘¿Crees que puedo aprender a nadar?’. Me dijo: ‘Por supuesto que puedes. Hay gente en el mundo que no tiene brazos y piernas y que nadan’. Así que me puse un chaleco salvavidas y no me ahogué. Ese día me dio mucha esperanza”.

El agua y la natación se volvieron su oasis, su lugar seguro.

“La natación me calma. Es como un escudo para mí, siempre protegiéndome. Si me siento mal o cada vez que tengo problemas, simplemente me sumerjo en el agua y me relaja. Nadar me salva la vida”.

“Creo que sin la natación, sería una persona muy peligrosa. Estaría en problemas. La natación abrió mi corazón. Está en mi alma”.

Ha aprendido a nadar con elegancia deslizándose por el agua como un delfín.

Aunque al principio dudaba que pudiera dominar el deporte sin brazos, Karimi aprendió a distinguirse sacando el máximo provecho de sus pies.

De hecho come, se baña, se viste, maneja un auto e incluso escribe con sus pies.

“Creo que Dios se llevó mis brazos por error, pero me dio un talento en mis pies”.

El padre de Karimi no estaba muy entusiasmado con el hecho de que se enfocara en la natación, prefiriendo verlo como un líder en la mezquita. Pero Karimi tenía otras ideas.

En su primera competencia Karimi se transformó en campeón nacional afgano, corriendo con orgullo frente a su padre. Pero Karimi no veía mucho futuro quedándose en su país natal.

“Realmente quería salir de ese mundo y demostrar que están equivocados. Como una persona con discapacidad, no encajaba en esa sociedad. Tenía que irme”.

Karimi también tenía preocupación por su seguridad en su país, que ha estado en guerra desde que nació.

“Había muchas bombas explotando en Kabul. Yo no era la clase de joven que se quedara en casa, así que podría haber muerto en cualquier momento si me quedaba”.

A los 16, Karimi ideó en secreto un plan para huir con la ayuda de un hermano mayor. Primero huyó a Irán. Luego inició un angustioso viaje de tres días a través de los montes Zagros, un viaje que de sobrevivir a las extremas condiciones lo llevaría de Irán a Turquía.

Los traficantes lo pusieron en la caja del camión. Tuvo que quedar sentado allí con sus pies juntos ya que cubrían a todos los que huían con plástico. Mientras se dirigían a la frontera, el camión se detuvo para recoger a otros. Los recién llegados se apilaron en en el camión, montándose sobre Karimi a quien no podían ver debajo de todo el plástico, lo que le hacía difícil respirar. 

Cuando llegaron a la primera cadena montañosa, había un camino que debían atravesar caminando.

“Debíamos seguir caminando y caminando. Era un camino sin fin. Llegaba la noche. Empezaba a hacer mucho frío. Debimos pasar la noche allí para escondernos de la policía de frontera iraní”.

Karimi no estaba seguro de si sobreviviría a esa noche. Su mayor miedo era ser capturado por la policía iraní y deportado de regreso a Afganistán.

Puso la cabeza entre sus rodillas tratando de encontrar la forma de no morir de frío. Por la mañana Karimi no podía caminar, de tan adormecidas que estaban sus piernas.

“No sentía los pies, las piernas. Me dijeron que debía seguir. Nunca tuve tanto frío, tanta hambre en mi vida”.

 

Karimi y los demás fueron llevados a otra cadena montañosa, donde 20 perros salvajes trataron de atacarlos, y alguien tuvo que ahuyentarlos con un palo.

Después de tres interminables días y noches así, llegaron a Turquía.

“Recé mucho y Dios debe haber estado conmigo en ese camino. De otra forma, no hubiera sobrevivido. Imagina gente haciendo este viaje a través de las montañas con brazos y piernas. Yo tuve que hacer ese horrible viaje sin piernas, pero estaba decidido porque quería una nueva vida”.

En Turquía Karimi finalmente terminó en un campo de refugiados para huérfanos donde proporcionaban albergue a refugiados y buscadores de asilo menores de 18 años.

Había reglas estrictas respecto de los menores saliendo del campamento solos. Le rogó a la gente que dirigía el campo que le permitieran salir para entrenar natación.

Durante sus cuatro años en Turquía, desde 2013 hasta 2016, Karimi vivió en cuatro campos de refugiados distintos.

En el segundo campo, que era para gente con discapacidad, iba a una piscina todos los días, dos veces por día a entrenar. Viajaba una hora en autobús para llegar a esa piscina, hacía la práctica de natación y luego volvía al campo para el almuerzo. Después del almuerzo hacía otra vez el mismo recorrido para una segunda sesión de natación, una agotadora rutina que sostuvo por ocho meses.

Lo que lo empujaba era la convicción de que la natación le daría una mejor vida y de que podría ser un modelo a seguir para la generación más joven.

“Cuando muera, quiero que la gente sepa que Abbas Karimi, sin brazos, nunca abandonó sus sueños y sus metas. Puedo hacer algo para cambiar el mundo”.

“Me di cuenta de que podría hacerlo siendo un campeón, un campeón Paralímpico”.

Durante su tiempo en Turquía Karimi ganó 15 medallas, incluyendo dos campeonatos nacionales de Turquía. Incluso llegó a ser fotografiado con el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdoğan.

Sin embargo, no estaba habilitado para competir internacionalmente porque no tenía pasaporte ni la documentación requerida.

En septiembre de 2015, Mike Ives, un profesor jubilado y antiguo entrenador de lucha libre en los Estados Unidos vio un video de Karimi publicado en Facebook. En el video Karimi demostraba sus habilidades en natación y le pedía al gobierno de Afganistán que lo apoyara para poder representar al país en los Juegos Paralímpicos Río 2016.

Ives le envió a Karimi un largo mensaje alentándolo a que fuera a Portland en los Estados Unidos, diciéndole que iba a apoyarlo.

“Es como mi padre norteamericano, otra figura paterna para mí. Pensaba que no era posible ir a los Estados Unidos así como así. Pero él lo hizo posible”. 

Ives trabajó con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para conseguirle la documentación requerida y ayudó a Karimi a reubicarse en Portland en 2016.

El año siguiente, en 2017, fue cuando Karimi fue a aquél Campeonato Mundial en México en el que su carrera en la natación despegó con la medalla de plata que lo dejó temblando en el podio.

“Ir a Estados Unidos me dio una segunda oportunidad en la vida para perseguir mis sueños”.

En su segundo Campeonato Mundial en Londres en 2019 finalizó sexto en los 50m mariposa, un resultado que le resultó decepcionante. Pocos días después de ese Campeonato, recibió una horrible noticia que llegaba desde casa. Su padre había muerto.

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Mohammad Abbas Karimi emerges from the water
ⒸMichael Reaves/Getty Images

“Volví a Afganistán por 11 días para estar con mi madre. Lloré mucho. Quería dejar porque cuando me inicié en este camino, resigné todo. Me costó mucho intentar convertirme en campeón Paralímpico”. 

Con nueve años de sacrificio, viviendo solo lejos de su familia, extrañando su hogar casi todos los días, pagó un precio alto.

“No fue fácil, pero estoy vivo. A veces pienso que el éxito puede ser un camino solitario”, dice el joven de 24 años.

Al momento de su funeral, recordó una de las últimas cosas que le dijo su padre.

“Dijo ‘Supe cuando naciste que ibas a ser algo especial’. Y agregó que ‘De todos mis chicos, de todos mis hijos e hijas, eres el único que puso mi nombre en la cima del mundo’”.

En lugar de abandonar el deporte, a la típica manera Karimi, cuando regresó a los Estados Unidos se aplicó aun más a su sueño de convertirse en campeón Paralímpico.

Se mudó al otro costado del país para entrenar con Marty Hendrick, un entrenador de primer nivel en Fort Lauderdale, Florida, que le dijo que podía ayudarlo a transformarse en un nadador más veloz.

Aunque no sabrá hasta junio si es oficialmente admitido en el Equipo Paralímpico de Refugiados, Karimi está haciendo todo para estar preparado, incluyendo entrenar seis días por semana, a veces dos veces por día, para acortar segundos a su tiempo.

“Quiero llegar al podio en Tokio. No voy solo a competir. Odio perder”, dijo Karimi, que fue recientemente nombrado “Colaborador de alto perfil” de la ACNUR, la Agencia de Refugiados de la ONU.

“Cuando alcance el podio, haré felices a muchos refugiados alrededor del mundo. Para mí, me sentiré como un león, alguien que siempre pelea duro y nunca se rinde pase lo que pase”.