Fortuitos actos de bondad son centrales para el camino de Ibrahim Al Hussein a Tokio

El Para atleta refugiado sigue un camino de esperanza hacia los Juegos Paralímpicos 2020 19 May 2021
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Male swimmer getting set on the blocks
Ibrahim Al Hussein regresó a su segundo hogar en la piscina luego de escapar de Siria
ⒸGetty Images/Milos Bicanski
By Teddy Katz | For the IPC

Pocos atletas han soportado un camino más difícil pero a la vez más optimista hacia los Juegos Paralímpicos Tokio 2020 que Ibrahim Al Hussein.

El acto altruista de Ibrahim Al Hussein de rescatar a su amigo en Siria desencadenó una serie de fortuitos actos de bondad de parte de extraños que ayudaron a hacer posible su camino a Tokio.

Todo comenzó inocentemente. Como muchos niños alrededor del mundo, Al Hussein se enamoró el deporte a corta edad. Comenzó a nadar cuando tenía cinco.

Al Hussein nació en 1988 en el seno de una familia atlética en Deir ez-Zor, Siria, en las márgenes del Río Éufrates a cerca de 100 kilómetros de Irak.

Su padre era un entrenador de natación que en su juventud ganó dos medallas de plata en el Campeonato Asiático. Al Hussein soñaba seguir los pasos de su padre e incluso quizás un día representar a su país en los Juegos Olímpicos.

“Nadaba, hacía judo y otros deportes de manera muy competitiva. Aunque no quería entrenar con mi padre porque era muy duro con sus atletas”, bromea Al Hussein.

Sus días eran muy atareados. Iba a la escuela por la mañana, entrenaba natación a la tarde y practicaba judo hacia la noche.

Cuando no estaba practicando deporte, le gustaba escuchar música o pescar con sus amigos en el río Éufrates.

Fue una infancia idílica, llena de recuerdos felices.

Todo cambió el 15 de marzo de 2011 cuando estalló la crisis en Siria.

“No podía entrenar. No nos permitían salir. Ese fue el comienzo de los tiempos más duros en Siria”.

Las cosas se pusieron cada vez peor a principios de 2012. Los 13 hermanos de Al Hussein huyeron a un lugar más seguro.

El joven de 22 años se quedó.

Un día, su vida cambió para siempre.

Un amigo estaba yéndose de la casa de Al Hussein y regresando a la suya cuando le disparó un francotirador.

“Cayó al suelo y gritaba pidiendo ayuda. Sabía que si iba a ayudarlo, podía recibir también un disparo. Pero decidí que debía ayudarlo porque sabía que no hubiera podido perdonarme quedarme mirando mientras él moría en medio de la calle”.

Segundos después, explotó una bomba mientras Al Hussein y otros tres trataban de ayudar a su amigo. Al Hussein perdió la parte inferior de su pierna derecha en la explosión y su tobillo izquierdo fue dañado severamente, entre otras heridas. Sus otros amigos sufrieron heridas serias también.

Debido a la guerra era difícil encontrar personal médico e instalaciones. De hecho, el doctor que limpió sus heridas era dentista.

Al Hussein se encontró a sí mismo en una silla de ruedas con urgente necesidad de cuidado. Sus esperanzas y ambiciones se hicieron añicos en la explosión. El antiguamente activo joven se hundía rápidamente en una profunda depresión, sin comer, sin beber y sintiéndose carente de vida.

Luego de tres meses, Al Hussein decidió que necesitaba huir en busca de un lugar más seguro y mejor tratamiento.

Pudo cruzar el Éufrates en balsa con la ayuda de un amigo.

Al Hussein y su amigo continuaron hasta Turquía, que en ese momento era uno de los pocos lugares con sus fronteras abiertas desde su provincia para los heridos de la guerra en Siria.

Ingresó al sudeste de Turquía, pero las cosas no eran mucho mejores con muchos de los heridos agolpándose allí. De modo que finalmente se dirigió a Estambul.

Allí Al Hussein tuvo finalmente un golpe de fortuna.

Conoció a expatriados sirios que lo ayudaron a encontrar refugio —una casa alquilada por sirios donde la a gente herida en los enfrentamientos se le ofrecía un lugar para quedarse en el sótano.

La comida era escasa. Faltaba el dinero.

Afortunadamente, dice, algunos vecinos turcos se enteraron de su difícil situación y de sus heridas y les preparaban comidas todos los días.

En Estambul también pudo finalmente llegar a un hospital y recibir tratamiento para su pierna. Le hicieron una pierna protésica. Pero la calidad no era la mejor. No podía caminar más de 300 metros sin que se le desarmara.

“Solía caminar con una caja de herramientas en mi mochila todo el tiempo. Me sentaba en la calle y la arreglaba para poder seguir”.

Siguió adelante. Hablando con otros refugiados, llegó a la conclusión de que tenía que ir a otra parte de Europa, si quería recibir el tratamiento adecuado que necesitaba. Se dispuso a cruzar de Turquía a Grecia.

Con miles de kilómetros de costa, Grecia y la isla griega de Samos, en particular, han estado en la primera línea de la crisis de refugiados en Europa. Del 2014 al 2020 más de 1.2 millones de personas entraron a Europa principalmente a través de Grecia según la agencia de refugiados de las Naciones Unidas.

Para muchos refugiados ha sido un peligroso viaje hacia la libertad y una mejor vida. Más de 2.000 personas murieron o no fueron encontradas.

“No tenía miedo. Estaba dispuesto a correr el riesgo aún si eso significaba morir en el camino”, dice Al Hussein acerca del peligro al que sabía que estaba adentrándose.  

Al Hussein y otros refugiados cruzaron el Egeo la noche del 27 de febrero de 2014 bote inflable de goma.

“Mucha gente tuvo que volver y volver a hacer el viaje porque los mandaban de vuelta o se les hundía el bote. Por suerte, logramos arribar a la Isla de Samos. Siempre digo: ‘esta es la fecha en que nací, el 27 de febrero de 2014’”.

Después de llegar a la Isla de Samos la policía griega los llevó a él y a los demás a un centro de detención donde permaneció 16 días.

Esperaba tomar un ferry para llegar a la capital griega Atenas. Pero no tenía dinero para comprar un boleto. Una vez más, tuvo la fortuna de su lado. Algunos de los que cruzaron con él de Turquía a Grecia recaudaron dinero de parte de todos los integrantes del grupo para pagar el boleto de Al Hussein.

Ese fue el cuarto acto de bondad en la historia de Al Hussein, si estás contando. Mientras el resto de la gente que viajaba con él siguió camino hacia otras partes de Europa, él se quedó por la suya en Atenas. No hablaba el idioma, no tenía adónde vivir ni gente a quién acudir por ayuda.

Al Hussein durmió en parques, jardines y pequeñas colinas alrededor de Atenas. Comía cualquier tipo de fruta que pudiera sacar de los árboles.

Ahí fue cuando algo asombroso ocurrió.

“Por suerte, conocí a un expatriado sirio que era muy amigable. Me preguntó por mi historia. Le conté que era atleta y que fui herido en la guerra en Siria y tuve que escapar”.

Por obra del destino, aquel hombre tenía un amigo griego que tenía una discapacidad similar y usaba una pierna protésica. El sirio le presentó a su amigo griego que a su vez lo presentó a su doctor, con más bondad por delante que cambiaría su camino para siempre.

El doctor, Angelos Chronopoulos, estaba deseoso de ayudar a Al Hussein. Es un especialista que hace prótesis para la gente.

“El doctor es ahora como un hermano para mí. La pierna normalmente costaría 12.000 euros pero él la hizo, la pagó de su propio bolsillo y le hizo mantenimiento gratis”.

En ese momento Al Hussein estaba viviendo en la casa del sirio que lo ayudó.

Una vez que aprendió a caminar con su nueva pierna protésica, esto le dio libertad. Pudo empezar a buscar trabajo. Encontró un puesto en la estación de autobús lavando los baños. Luego de un tiempo  ganó el dinero suficiente para alquilar un pequeño apartamento.

Establecido en su nuevo hogar donde empezó a aprender griego, comenzó a explorar oportunidades para reconstruir su vida. Pensó que la mejor manera de hacerlo sería participando en un deporte nuevamente pero esta vez como un atleta con discapacidad.

Sabía que la transición iba a ser difícil y que iba a tener que aprender una forma completamente nueva de entrenar.

“Volver al deporte no fue fácil. Fue un gran desafío. Pero si tienes una discapacidad o cualquier otra cosa que enfrentes, nada debería impedir que hagas lo que amas”.

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Empezó a buscar un club deportivo al que pudiera unirse como nadador. Les contó que había sido un nadador destacado en Siria, que había estado en muchos eventos y había tenido buenas clasificaciones. Pero cada lugar lo rechazó porque sus resultados previos se remontaban a cuando era un atleta sin discapacidad en Siria.

En mayo de 2014, solo un mes después de recibir su pierna protésica, encontró un club deportivo que lo aceptó, no como nadador sino como jugador de baloncesto en silla de ruedas.

Por casi un año fue a trabajar como limpiador por la mañana, entrenó baloncesto por la tarde y siguió buscando un club de natación al que pudiera unirse.

En octubre de 2015, tras un año y medio de búsqueda, la perseverancia dio sus frutos y finalmente halló una piscina en la cual entrenar. No podía creer su suerte.

“Era la piscina Olímpica de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Atenas. Poder entrenar en esa piscina después de mi viaje como refugiado me dio mucha motivación para seguir adelante con la esperanza de que un día pudiera ofrecer un mensaje al mundo entero”.

Entrenaba baloncesto por la mañana, nadaba por la tarde y trabajaba en el turno nocturno a menudo hasta las primeras horas de la mañana.

Seis meses más tarde había un campeonato de natación en Atenas y Al Hussein terminó primero en uno de los eventos. Eso le valió una invitación unos días después para el Campeonato Nacional de Natación de Grecia donde ganó un oro y una plata en dos de los eventos.

De pronto, con esos resultados, Al Hussein estaba en el radar de funcionarios deportivos griegos que se interiorizaron de su historia como refugiado.

Con la antorcha Olímpica a punto de ser encendida en Atenas como siempre de cara a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos Río 2016, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) lo contactó junto con líderes deportivos griegos.

En abril de 2016 le pidieron que llevara la antorcha a través de una instalación de hospedaje de refugiados en Atenas como representante de los refugiados de todo el mundo.

“Estaba muy feliz de ser el primer refugiado en la historia en sostener la antorcha Olímpica. Eso fue como fuera de la realidad para mí. Fue un sueño”.

Cuando los medios lo entrevistaron y le preguntaron sobre sus deseos para el futuro, dijo que esperaba que un día los refugiados pudieran participar en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos.

“No sé quién escuchó eso o quién lo vio pero 10 días después de ese evento recibí una llamada del Comité Paralímpico Internacional. Eso fue un milagro. Me invitaron a participar del primer equipo de Atletas Paralímpicos Independientes (en Río)”.

Al Hussein apenas podía contener sus emociones del otro lado de la línea durante esa llamada.

“Estaba tan feliz. No podía quedarme quieto. Caminaba nerviosamente en círculos”.

Agrega: “Todos esos sueños eran ahora reales y lloré mucho de felicidad. Todas las puertas se habían cerrado en mis narices y ahora estaban todas abiertas de nuevo”.

Cerca de un año después de su retorno a la natación se encontró en Río para su primer evento internacional, que resultó ser los Juegos Paralímpicos Río 2016.

Fue el portador de la bandera y cargó la bandera Paralímpica al estadio en la Ceremonia Inaugural, representando al primer equipo de Atletas Paralímpicos Independientes que incluyó dos atletas, ambos refugiados y solicitantes de asilo.

“El día que entré a Río simplemente pensando que iba a los Juegos Paralímpicos fue el día más espectacular que he sentido. Arribar a los Juegos Olímpicos o Paralímpicos. Ese era mi sueño de la infancia”.

 

Con todo el estrés del camino desde refugiado a atleta Paralímpico, la falta de tiempo para entrenar, no ganó una medalla en Río en los dos eventos en los que compitió. Pero recibió el Premio al Logro Whang Youn Dai en los Juegos de 2016, otorgados al atleta que mejor ejemplifica el espíritu de los Juegos e inspira y emociona al mundo.

De vuelta en Grecia después de esos Juegos, Al Hussein empezó a sentir que era su segundo hogar. Ha aprendido griego y lo habla en forma fluida. Al Hussein está trabajando en un proyecto que se ha vuelto su pasión. Formó un equipo de baloncesto en silla de ruedas en Atenas para refugiados de todo el mundo para darles un lugar para jugar.

“Quiero que cada refugiado tenga oportunidades en el deporte. No puedo imaginar mi vida sin el deporte. Puedo dejar de comer pero no puedo dejar de tener al deporte en mi vida. Es lo que me hace seguir adelante”.

Al Hussein espera liderar un Equipo Paralímpico de Refugiados más grande en Tokio, que puede llegar a incluir la cantidad de seis atletas esta vez.

“Para nosotros que dejamos nuestros países, estamos creando una nueva familia como refugiados con orígenes diferentes. Es una sensación espectacular”.

El año que pasó ha planteado más desafíos para todos los atletas debido a la pandemia global de COVID-19.

Le hizo por momentos difícil entrenar y acceder a la piscina a Al Hussein.

Como muchos otros, también la tuvo difícil para subsistir ya que su último trabajo fabricando souvenirs de arcilla practicamente se agotó al cerrar la mayoría de las tiendas a las que proveía en Atenas.

Había un lado positivo.

Airbnb, que está ayudando a patrocinar el Equipo Paralímpico de Refugiados, le ofreció ser uno de los organizadores de Experiencias Online, donde el público puede conectarse para escuchar recuentos de primera mano de gente prominente en la plataforma Airbnb. Al Hussein recibe un honorario como organizador.

“Especialmente durante el COVID, no podemos encontrarnos cara a cara así que ha sido sensacional que Airbnb nos dé la oportunidad de compartir nuestras historias online”.

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Al Hussein dice que con las adversidades que ha soportado el último año con la pandemia, la gente está más interesada que nunca en escuchar historias de resiliencia.

“Hubo mucho sufrimiento y esfuerzo en el camino. Siendo una persona con discapacidad y siendo también un refugiado, tuve que cruzar de un lado a otro sin saber lo que el futuro depararía”.

Nada le gustaría más que seguir compartiendo su historia y ayudando a los demás.

Aquel amigo a quien él ayudó en Siria no sólo sobrevivió, ahora tiene tres hijos.

“Tenemos un dicho en árabe. Haz el bien y lánzalo al océano. Un día te volverá”.

Y ha ocurrido para Al Hussein —su coraje para ayudar a su amigo ha desencadenado fortuitos actos de bondad que han cambiado su vida—. Quiere seguir devolviendo favores.